Sobre mi hiperfijación con Adam Ant y la obligación de reinventarse

 





Acabo de regresar de casa de mi abuelita, y probablemente esta va a ser la entrada más rápida que voy a escribir. Supongo que tomé mucho café porque no puedo concentrarme (y eso que mis estándares de concentración son normalmente por debajo de la media). 

Una cosa a la vez. Puedo concentrarme en la concentración. Esa ha sido una de las hazañas más difíciles de mi vida, y más que eso, muchas veces ha sido un obstáculo. Me impide tener una conversación normal, sin largos silencios entre las oraciones, porque de alguna manera, tengo que seleccionar solamente una de todas las cosas que se me vengan a la mente, y a veces tengo tantas oraciones en la mente, que algunas veces ni siquiera llegan completas antes de que unas se interrumpan a

Puedo concentrarme en Adam and the Ants, en una extensión casi ridícula. Es ridículo lo mucho que sé de Adam and the Ants en menos de una semana, dado a que ni siquiera hay tantas fotografías en Internet como para documentar esta fijación, a pesar de lo famoso que fue en tierras anglosajonas. Sé que Adam ni siquiera es su nombre real, y que una de sus memorias favoritas de la infancia es cuando Paul McCartney lo dejaba pasear a su perrita Martha. Que la razón por la que conoce a Paul McCartney no es porque tuviera padres influyentes ni porque lo haya conocido siendo ya famoso, sino porque su madre llegó a trabajar como empleada doméstica en su casa. Me obsesiona lo mucho que este cantante algunas veces puede parecer una antítesis de masculinidad: no lo opuesto, sino como el negativo de una fotografía. Va a usar pantalones, pero de la forma más camp posible. Tendrá intereses románticos femeninos en sus videos, pero en sus palabras "ella es la heroína" (como en el caso de "Strip"), y él es quien se sienta en su regazo. Tendrá un álbum conceptual sobre sexo, pero en la portada está recostado sobre un montón de paja, siendo una clara referencia al poster de una película (The Outlaw, que no conozco), donde es la actriz principal quien se posiciona de esta manera. Es un cuerpo varonil con maquillaje. Es el único hombre de su generación (los setenta, por cierto) que tomo una clase en la universidad llamado Mujeres en la Sociedad. Es la masculinidad, pero no la esperada. 

Adam Ant es de esos artistas que pueden contagiarte su confianza en sí mismo. Puntos extra por ese componente humorístico o casi picaresco de todas sus reinvenciones. Que esa es otra cosa, Adam Ant es uno de los pocos artistas que toman ese riesgo que normalmente solo tienen que tomar las artistas femeninas: la necesidad de reinvención.  Cuando eres mujer, normalmente la gente está ansiosa para hacerte saber que no perteneces a ese mundo, y defienden su parte de la celda con una fiereza que te obliga a dormir en el suelo, sin saber que todxs somos prisionerxs. Nunca sabes lo suficiente, nunca cantas lo suficientemente bien,  nunca eres lo suficientemente buena con ningún instrumento, o tus canciones son muy aburridas para cantar y ser oídas después de un tiempo. Tenía un maestro en la carrera que aseguraba que en el radio normalmente no ponen muchas canciones con voces femeninas por mucho tiempo porque el oído se cansa de oírlas después de un rato. "Un día compruébenlo".  ¿Y cómo me voy a quedar yo con la duda? Lo intenté varias veces, cada que estaba expuesta a la radio, y desafortunadamente, era cierto. Esto siempre lo explican como si fuera neurobiología, como si fuera un axioma natural del que no podemos zafarnos de ninguna manera, pero yo no lo creo. Yo creo que si esto ha sido cierto durante mucho tiempo, es porque hemos construido un mundo lo suficientemente misógino para no estar acostumbradxs a escuchar la voz de una mujer por un tiempo prolongado. Y lo peor: que nos han hecho creer que es algo natural. Nada más conveniente para una opresión que hacer creer al mundo que es algo natural

De este lado del género hay que estarse reintentando constantemente para mantenerse vigente el máximo tiempo posible, hay que verse joven todo el tiempo. Hay que ser una novedad periódicamente. Artistas como Bob Dylan o Daniel Johnston nunca se vieron en esta necesidad, y nadie ha puesto en duda su genialidad por esto. Y no debería pasar, pero las reglas para las mujeres son un poco como cuando alguien sacude el tablero de un juego de mesa cuando vas ganando (de alguna manera).  

Hay que estar siempre pendientes de nuestra fecha de caducidad, que puede ser cada dos años o dos meses  (dependiendo de que tan entretenida resultes). Lo curioso, es que han habido excepciones a la regla en las que incluso artistas masculinos han salido sorteados con esta barbaridad. Ant es uno de ellos. 

Pero creo que una de las cosas más importantes es que me obsesionan los artistas que me recuerdan que pocos límites existen y deberían existir. Que el arte no puede existir sin cierto riesgo. Al menos no en un mundo como este.  


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