Antes de que llegue el eclipse



 Estoy tan acostumbrada a escribir para nadie, que me desconcertaría el día que alguien me reconociera. Mis letras, mis frases, son mi cara verdadera. No mi rostro, ni mi piel enferma. Yo soy lo que lees. Y también soy este dolor de piernas, de lecciones arrebatadas que tengo que repetirme una y otra vez.

"No confíes en nadie tus emociones". 

"No dejes que te vean"

Nadie quiere saber cómo te sientes. Recuerda que hasta la relación más profunda está basada en un ciclo de "buenos días y buenas noches". 

Si estás leyendo esto antes del 13 de octubre, recuerda que vamos a necesitar un corazón sumamente fuerte para sobrevivirlo.

Me he dado cuenta de que cada espacio en Internet del que intento adueñarme, lo abandono en algún punto. Aún cuando tengo las palabras atoradas en la garganta literalmente ardiendo de ansia –cuando digo literalmente, me refiero a una sensación física en la que me ahogo como si sintiera fuego en la garganta, y me impide respirar –, aún así, hay veces que me niego el derecho propio a decir lo que pienso. Y eso es cruel. Y quiero, de verdad, quiero, pero cada vez que lo hago siento que me adueño de un derecho que no es mío. Tal vez a eso se refieren cuando dicen que hablar es un privilegio. Los privilegios más valiosos siempre son intangibles. Resulta que no todos creemos ser sujetos de voz, lo cual es irónico porque toda mi vida se revuelve sobre el hecho de expresarme y de crear. Esa es mi fertilidad, es contradictoria y es dolorosa. 

Tengo un signo solar en la tercera casa, un Aries que no se comporta como tal la mayoría de las veces. Me estoy buscando una licencia profesional para comunicarme. He vivido ese impulso de gritar o vomitar,  de arrastrarme las venas sobre el papel a la mitad de un llanto, ¿cómo podría quedarme callada? 

¿Por qué?

Recuerdo mucho esa creencia compartida entre varias culturas, de que tanto nórdicos como mexicas, pensaban del eclipse como un intento de homicidio al sol. Algo se quiere comer al sol. Y esos momentos eran tensos para todas esas personas que veían el sol ser perseguido por una sombra gigante envolviendo el mundo, porque dependiendo del momento, había que pedir protección a los ancestros o darle fuerza al sol para que se defienda, había que defenderlo con el calor del fuego para alimentarle. Para mí es como si eso siguiera vigente. Siento esa ansiedad y esa tristeza que nos infecta el eclipse. Siento como si hubiera una clase rara de magia en el ambiente, comiéndoselo todo. Y aun así, siento la necesidad de luchar por mantener vivo el sol, como hacía muchísimos años se tenía.      

Creo que el eclipse va a ser un acontecimiento muy difícil. Tan solo un día antes me ha hecho volver a romperme promesas que me había hecho.  Pero es como si no tuviera alternativa. Tengo que tener ese corazón fuerte para sobrevivir el eclipse y al silencio. Para sobrevivirme a mí misma.

 


(Escrito un día antes del eclipse)

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