Perdón, Sinéad

 



La muerte de Sinéad O Connor me afecto por más de lo que debería. Me desconsoló. Llegó en un día en que de por sí, no me sentía bien. Recuerdo que esa tarde estaba en mi cuarto, recostada en mi cama, casi vencida por el cansancio cuando tuve el terrible presentimiento de que alguien había muerto. "Alguien murió", pensé. "¿Alguien que conozco?". No, la intuición me dijo que nunca había conocido personalmente a ese quien, pero que era alguien que me importaba. Traté de sacudirme ese sentimiento, y lo ignoré.

Por unas horas, no hubo información que comprobara este presentimiento, hasta que Andy me lo dijo.  "Murió Sinèad O' Connor". Desde entonces no he logrado sentirme más equilibrada, no he logrado dejar de pensar en ella. Muchas dudas y muchas ideas terminan asaltándome durante diferentes episodios de mis días, 

Pienso en su hijo, Shane, que estaba desaparecido, que estaba en riesgo de suicidarse. Tenía 17 años. Ella escribió que su mundo colapsaría sin él, que era su corazón, y le pidió que no le detuviera su latir. Ella decía que él era la única persona que la amaba incondicionalmente, que era la luz de su vida. Y cuando se confirmó la muerte de Shane, ella prometió reunirse con él. Eso fue hace un año y medio.

Pienso en su hermoso cover de 'All Apollogies'. 

Pienso en cuando subió ese video a Facebook, sola en un motel de Estados Unidos, llorando. Ahí fue donde dijo esa frase que me secuestró emocionalmente: "Toda mi vida gira en torno a no morir, y eso no es vivir".

Han pasado meses, y no he podido desprenderme de ella. Cada que leo esa frase, no puedo evitar quedarme muda y sentir que algo hace sentido. Odio que haga sentido.

¿Cómo estar en desacuerdo con eso?

¿Cómo estar en desacuerdo, cuando ese sentimiento de mantenerse con vida si es el único punto de estar viva? Porque el latir de mi corazón también se ha aferrado a la vida pensando únicamente en la devastación que causaría para las personas que están en mi vida. Las que verdaderamente están, no las que se van a acordar de mi hasta que reciban la noticia de mi muerte.  

Por mucho tiempo, Sinèad fue uno de esos ejemplos en mi vida de gente que lograba aferrarse a la vida aún con su propia mente en contra. La vi llorando, la seguí destruida, en espera de algo mejor, y aún así, la vi viva. Luego llegó el día de su muerte, a desempolvar y mover rincones en mi mente que se agitan violentamente y con mucha constancia. Resulta que la resiliencia es algo bonito que nos consuela cuando no queda mucho, y resulta que a veces hasta ese cuento envejece también. 

Y pienso que le debemos una disculpa a Sinèad. Más que una disculpa, un perdón. Perdón porque cuando rompió esa foto del Papa, la gente deseó agredirla, terminar con su vida, eliminarla, solo por ser valiente, porque con el rostro levantado, y sin música para acompañarla, sola, completamente sola, cantó. “Fight the real enemy” le costó la vida, y nunca se arrepintió de eso, porque tenía razón. Porque Juan Pablo II sí estaba encubriendo a sacerdotes y obispos pedófilos, como su cercanísimo amigo Marcial Maciel. Y cuando intentaron callarla en el tributo a Bob Marley, ella cantó más alto, hasta gritar. Nos dejó solos porque eso es lo que nos merecemos por insistir en el oscurantismo.

Perdón, Sinéad, por no escucharte.

Perdón, Sinéad, porque nadie respetó el dolor con el que viviste. Por ese día que tuviste que grabar un video llorando y hablando de lo sola que te sentías. Nadie debería quedarse solo con su cabeza para siempre. Perdón por la fascinación colectiva de tu sufrimiento. 

Perdón porque no hemos logrado acabar con la industria musical que te hizo creer que eras desechable. No lo eres, eres eterna. 

Perdón, Sinéad, por todo lo que tenías que decir, y porque fuiste sistemáticamente callada. Porque desestimamos tu valentía, y no hemos aprendido de ella.

Perdón por querer que sigas viva, aún cuando tú ya no lo soportabas. 

Y gracias. Gracias por absolutamente todo.

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