Ojitos mentirosos



 Algo dentro de mí ama este lugar, debo admitir. El hecho de que toda mi vida ha transcurrido aquí puede explicarlo: es mi hogar. Me es familiar pasar frente a las rosticerías, y ver en la calle la flora local, y por lo tanto despreciada: dientes de león, jacarandas, bugambilia, la mala yerba incluso. Amo caminar por el tianguis y entregarme a la experiencia última de lo aleatorio; las chácharas, la ropa barata, las muñecas viejas, libros que fueron comprados para hacer un reporte en la secundaria, los labiales de Bissú y el rímel de Apple, el de las verduras, pásele güerita, las películas pirata a 10 pesos o 2 por 15, "no, patrón todavía la tengo de cine, pero me llega el mes que viene", el que vende los discos saturando su bocina con guarachas. Pero me da miedo, como le dije a mi hermana una vez, de sentir que estoy 'romantizando la pobreza'. 

"Pero no es romantizar la tristeza si vives aquí", me dijo. "Este es tu contexto".

Pasábamos por un puesto de carnitas cuando me dijo eso, donde atiende un muchacho al que apodan "el Ojos", por esa característica física tan distintiva suya. "Órale, mi Ojitos", le dicen. Un mercado, un perro callejero. Un autolavado. Las mejores cumbias del momento rebajadas. 

Este es mi contexto. Le tengo afecto, a la vez que lo asumo y me duele. Frente a las rosticerías pasa la Guardia Nacional sobre patrullas gigantes con armas intimidantes; y no intimidan a ningún cartel, sino a mi hermana, a mí, a los niños que regresan de la primaria con su mamá.   Y "cuidado con ese güey, que es de los 300" y "cuidado con ese taxi". Y el que se están metiendo a las casas. Los efectos centrales y colaterales de la ocupación en los espacios invisibles. Paso por los puestos de periódico donde las mujeres publicadas existen de dos únicas maneras: muertas o encueradas.

A veces siento que a la pobreza se le trata de la misma forma que a las mujeres: se les repudia o se les fetichiza. De ambas se habla en voz pasiva. 

Hace unos días fui a comer con alguien. Esta es de esa clase de casos para los que necesito un pseudónimo, así que le llamaremos Sam. Algo que tienes que saber sobre Sam, es que tiene una gran capacidad de versatilidad. Es capaz de hacerte creer que le importa la justicia social, que no come carne, que es espiritual. Te hará de comer justo lo que te gusta. NADIE es mejor para la empatía performativa que Sam. Dice que le encanta cómo soy porque me preocupan las causas sociales, como si tuviera la opción de permanecer indiferente. Como si vivir preocupada fuera una opción. Jugar a ser buena persona. 

"¿Ya viste este trend?", me muestra su teléfono, "está super bonito". 

Lo que me mostró fue un video donde un muchacho y una muchacha maquillados como payasos visitan una feria local. Juegan y obtienen premios. El maquillaje es tan parecido al del Guasón de Joaquin Phoenix, que es difícil intuir que la inspiración debería venir de la película 'Chicuarotes'. Bien maquillados, bien peinados y bien grabados por una cámara profesional que prometía una experiencia cinematográfica. Algodón de azúcar, juegos de feria y todo. Hay una cumbia muy famosa en el fondo que he escuchado en los contextos más cotidianos, sin ninguna espectacularidad. 

En 'Chicuarotes', la historia gira alrededor de dos chicos que se suben  a los camiones maquillados como payasos y cuentan chistes para poder vivir. Que se suban a tu camión es una experiencia muy común, a mí misma me ha pasado que la dupla de payasitos esté contando ese chiste de: 

"Oye, payasito, ¿sabes cuál es el santo del final?"

"No, payasito, ¿cuál es?"

"El San-Seacabó"

Algunos incluso nos asaltaron a mi madre y a mí, y nos obligaron a comprar dulces después. Otros solo se bajan con diez pesos en que su show fue valorado. Es solo que el foco de la cinematografía rara vez los ha considerado protagonistas sólidos de una historia. Pocos han pensado en el payasito de crucero, el tragafuego, o en la señora de las gorditas de la Villa como protagonistas; porque por lo regular están confinados siempre a la ambientación, esos que desaparecen cuando cambias la locación, como parte del escenario. 

Tal vez me equivoque y estoy sobreestimando la situación, pero poner de moda "Ojitos mentirosos" con gente maquillada como payaso pudo ser un paso pequeño para reivindicar a estas personas como sujetos de la acción propia. Y los mercados, los microbuses, los tinacos en las azoteas, los baches en las calles que habitamos. Todo lo que Airbnb no pondría en una publicidad. Si había un momento para que Internet, (por lo tanto el mundo entero), se acordara de la marginación, era este. Y por un momento, cada video que veía parecía familiar. Muchas personas contaron la historia de los lugares en que viven. Los colores en la cara y las paredes graffiteadas pudieron poner la tensión necesaria en la era del old money y el minimalismo. Hubiera sido una puerta abierta para hablar de la desigualdad y para poner el dedo en la verdadera herida: la falta de oportunidades, el acceso a la vivienda digna, la inseguridad, la violencia, las vidas arrebatadas por cárteles entrenados por la CIA y un ente que lleva ochenta años cometiendo genocidio al otro lado del mundo. 

Pero es Internet.

No tardaron a llegar los payasos estéticos. Blanquitos moviendo los labios al ritmo de una canción curiosa. Aesthetic. "Así debe sentirse ser pobre", me imagino que pensaban esos creadores con sus cámaras caras haciendo videos en sitios cada vez más improbables para la pobreza mexicana, exótica para ellos. “Grábame comprando un elote, ahora un agua de jamaica en una bolsa de plástico, ahora un pulque, ahora trasbordando en el Metro”. Ya sabes, desnudar la precariedad y ver cuánto te puedan dar por ella sin profundizar tanto. “Esto le va a encantar a los europeos”. Un cosplay de pobre, hecho por gente que no tiene un protocolo  en caso de que le siga una camioneta blindada. 

Supongo que la gota que derramó el vaso fue una creadora de contenido española que grabó el video desde su mansión. A pesar de admitir que no sabía de qué trataba la moda, el video sigue ahí, porque le genera vistas. Porque es popular y ya. Ella y varias personas que grabaron sus dos minutos de marginalidad se pueden quitar el cosplay de pobre cuando quieran. Pueden lavarse la cara, las manos, salir de Tik Tok, bloquear el teléfono; y aún así comer tres veces al día sobre una vajilla que alguien más lavó. Sin contar los días que faltan para que sea quincena. Pueden disfrutar las lluvias sin pensar en que se les inunde la casa, y ver 'Chicuarotes' pensando en lo horrible que debe ser vivir así. Total, para salir de ese mundo, basta con apagar la televisión. 

Cuando terminó el video, Sam me dijo 

"¿Verdad que está súper lindo?", y bloqueó su teléfono. 

 Algo que tienes que saber de Sam es que se apropia de todo: habla un idioma que no es el suyo, lucra con una religión que no sigue, y se apropia de un territorio que no es el suyo. Y todo esto lo hace diciendo que es de los buenos. Dice que no come carne, pero de una forma u otra, la consume. Dice que apoya esta y la otra causa, pero les pone precio. Siempre habla de dinero; no por una preocupación  genuina de supervivencia, sino porque en algún lugar debe haber más, Dice estar en contra de la ocupación, pero allana y derrumba cada muro, cada techo, cada pertenencia, límite, esencia,  y gota de agua de un hogar que no es el suyo. 

Ese día, el vegano comió carne. Y se fue. Incoherente, pero feliz. Más o menos satisfecho, porque probablemente el pedazo de carne no fue suficiente y siempre está buscando otro plato de donde comer. Yo me quedé pensando en qué se parece una mujer a la pobreza.

Cerré Instagram. Bloqueé mi teléfono, y yo seguía ahí, en el mismo lugar donde la gente hizo turismo virtual del tercer mundo. En la vida real, donde había gente con la cara pintada como payaso, la nariz roja, la lagrimita dibujada, y en algún puesto, una bocina comprada a meses seguía tocando la misma canción. 

"Ojitos mentirosos, no me miren..."



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